Conversaciones con el príncipe de Zainabad. Segundo día.

Me despierto por décima vez a las cinco y media de la mañana. Noche tórrida, con las ventanas cerradas y ( no tuve la previsión de traerme un mosquitero) el tremendo ventilador/turbina sobre la cama: "tic.tic.tic" , "vruuuum,vruuum"."tic.tic.tic" , "vruuuum,vruuum".
 
Así toda la noche hasta el amanecer.

Estoy molido pero la cama, el "tic,tic" y el  "vruuum,vrummm" no son una tentación. Un par de horas en la habitación hasta el desayuno. Intentaré leer o escribir alguna nota.

Desayuno en el comedor de la casa. Mesa impecable con mantel, tetera cubierta con  funda térmica diseño  típico del lugar. Muy British. Me acompañan el tigre disecado  y su compañero el guepardo. Desde su urna, el primero me mira de reojo. Dentro de este contexto, no consigue impresionarme. Y menos cuando  al fondo, justo al lado su  urna , a través de la puerta que da a la cocina, atisbo lo que creía que eran electrodométicos; puro neorealismo italiano de primera época: caños vistos oxidados, la cena de ayer inerte, apilada y sucia rebosando  la pila  desconchada.  Un par de tostadas sobre una plancha negruzca y oxidada. Viejos azulejos. Pintura ajada.








Y todo esto junto al tigre y el guepardo.
Disecados.
Tan disecados como el caserón en el que vive el príncipe.

Son las siete y cuarto. El ayudante  viene a recogerme para acompañarme al pueblo. Es un Rabarí convertido al sedentarismo. Los Rabarís son, muy a menudo, nómadas.   Siempre pastores de cabras , vacas , búfalos o de camellos.  Se trasladan con la recua mientras sus mujeres y niños permanecen en el asentamiento lo que las hace especialmente vulnerables a ataques, violaciones o raptos.  Causa de la desconfianza de los pastores ante los extraños que se acercan a sus casas. Según entendí, a diferencia de otros muchos trabajos, el de Rabarí  no es exclusivo de una casta .  Son personajes siempre impresionantes. Grandes y retorcidos bigotes, turbantes blancos o rojos, mirada fiera y directa. Aman las joyas y casi siempre llevan un grán pendiente en la oreja o un aro en la nariz. A veces también   un espectacular collar. Se les puede ver en el campo o cruzando carreteras  con su chaquetilla  y dhoti blancos. En las festividades añaden a la joyería una espectacular casaca de fuertes colores .




Caminamos hacia el pueblo pero esta vez sin el príncipe el ambiente está más frío. Me meto en el primer tugurio para pedir un "Chai", que ya bebo del plato  como cualquier Kutchi ( habitante de la región Kutch ) . Algunos clientes sentados junto a mí, en el banco corrido. Esto de beber así suele ayudar a romper el hielo, pero ha sido innecesario ya que el tonto del pueblo se acerca , hace ademán de posar  frente a la cámara y se pone a canturrear mirándome fijamente. En un golpe de inspiración me pongo a cantar " Mi carro me lo robaron...". ( Nunca sabré porqué se me ocurrió tal cosa ). Lo cierto es que la panda se retorcía de risa por la sorpresa .


Empiezo a hacer fotos. Y posan relajados.